Elvira Lindo - 3 - Como Molo! (Otra De Manolito Gafotas).pdf

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Microsoft Word - Lindo, Elvira - Como Molo! _Otra de Manolito Gafotas_
Como millonarios
A final de curso, cuando entregué en
casa las notas, mi madre sólo leyó el despiadado suspenso que mi
sita me había puesto en Matemáticas. El aprobado en el resto le
importaba un pimiento. Salió a llorar en los brazos de su Luisa del
alma. Mi abuelo me dijo:
—Tu madre equivocó su carrera, podría haber sido una gran
actriz de carácter.
Durante los días siguientes me miraba con los ojos inundados en
rencor, recordándome a cada momento que yo era ese niño tan burro
que había suspendido una asignatura chupada. Tanta manía me
cogió que el día en que la Luisa se despidió porque se iba a su
mansión de Miraflores de la Sierra, mi madre le dijo para que yo lo
oyera:
—Pues nosotros no nos vamos por culpa del mocoso éste, que nos
tiene a su padre y a mí sin dormir por culpa del dichoso suspenso.
A mí me dio una pena muy grande tener a un padre y a una
madre sin dormir, mirando al techo en silencio y pensando en un hijo
al que no le entra la tabla del nueve, una tabla que no le deseo yo ni a
mi peor enemigo.
Me fui a un rincón, concretamente detrás del mueble-bar, y me
puse a llorar (me puse a llorar un poco alto para que me oyeran:
llorar en solitario y por las buenas me parece una pérdida de
tiempo). Cuando mi madre vino a por mí al cabo del rato yo era un
niño desconsolado, con los ojos inundados de lágrimas y las
narices inundadas de mocos. Hasta la persona más insensible del
Planeta (mi madre) se hubiera apiadado de mí, pero a ella sólo le
salió la siguiente frase:
—Bueno, hijo mío, ya está, a pesar de todo siempre tendrás
una familia que te ayudará en todos tus fracasos.
—Angelico mío —mi abuelo me cogió en brazos y yo lloré más
fuerte todavía porque como verás era una escena bastante trágica.
Viendo mi madre la repercusión de sus terribles palabras tuvo
que confesar que si no nos íbamos de vacaciones no era por mi
suspenso, era porque teníamos que pagar las letras del camión y
no nos quedaba dinero. Entonces fue ella la que se puso a llorar y
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me pidió que nunca se lo dijera a la Luisa porque estaba harta de
que la Luisa presumiera de su mansión colonial en Miraflores de
las Narices. A mi madre le pone triste que nunca tengamos dinero
para las vacaciones, pero no quiere que nadie se entere y a todos
los vecinos les mete unas bolas que té pasas: cuando no dice lo de
mis notas, dice que mi abuelo se ha puesto peor de la próstata o
que el Imbécil está echando un colmillo. Me tiene prohibido hablar
con la gente del dinero que todavía debemos del camión. Es una
pena, porque hasta que me lo prohibió yo le contaba a todo el
mundo el dinero que les quedaba a mis padres para el mes.
Lo sabía porque mis padres por las noches hacen muchas
cuentas, y yo todo lo grabo en mi cerebro. Ahora ya me he quedado
sin poder hablar de ese gran tema: el dinero. Y eso que la Luisa me
pregunta; pues nada. Me encantaba hablar del dinero. A lo mejor
es que de mayor voy a ser un gran banquero, o a lo mejor es que
voy a ser un poco pobre, como mis padres.
Decía que mi madre se puso a llorar. Y a mi abuelo y al Imbécil se
les contagiaron también las lágrimas. Ellos se apuntan a un
bombardeo.
Terminamos abrazados, limpiándonos los unos a los otros con el
mismo clínex (para ahorrar) y acordándonos de mi padre, que en esos
momentos, estaría haciendo portes para pagar los plazos del ya
famoso camión Monolito. Nuestra deuda se acaba a mediados del siglo
que viene, así que mis padres me dejarán la deuda en su testamento
y es muy posible que yo le deje a mis hijos en herencia la misma
deuda. Las herencias de los García Moreno no son como las de las
películas. Son herencias que te arruinan la vida.
La verdad es que me consoló bastante no ser el principal culpable
de las desgracias de mi familia, y mi madre se cortó un pelo a la hora
de dejarme en ridículo delante de los demás (para dejarme en ridículo
me sirvo yo solo). Es de agradecer que una madre recapacite y no le
vaya contando al primero que se encuentra que te han quedado las
Matemáticas. La verdad es que tampoco tenía muchas oportunidades
de soltarle el rollo a nadie porque, como todos los años, nos fuimos
quedando solos a este lado del río Manzanares.
El primero en desaparecer fue mi gran amigo el Orejones (el cerdo
traidor, ya sabes).
Como sus padres están separados, se va con su padre en julio a un
pueblo que se llama Carcagente. Para últimos de mes vuelve a
Carabanchel, y el uno de agosto se va con su madre a un pueblo que
también se llama Carcagente. ¿Por qué? Porque es el mismo pueblo,
porque sus padres son los dos de Carcagente, pero van en distintos
meses porque actualmente no se pueden soportar. A los quince días de
haberse marchado, el Orejones me mandó una carta que decía:
Querido Monolito: cuando termine el verano me
saldrá Carcagente por los orejones. Hay piscina
pero ayer llovió.
Adiós, O. López.
Así es mi amigo: cariñoso y expresivo. Quince días se tiró el tío para
escribir estas dos frases inolvidables.
A mí me gustaría tener un pueblo, aunque fuera Carcagente, me da
igual, un pueblo de ésos donde sales de tu casa y te revuelcas por los
campos hasta el amanecer y te puedes quedar a dormir en la casa que te
apetezca. Ves una casa con la puerta abierta y dices: «Aquí que me
apalanco», y en esa casa vive una señora que es bastante buena persona
y la señora te saca la cena, te pone la tele, y luego va a hablar con tu
madre para decirle:
—Por favor, no le riña por su desaparición, nos ha hecho tan felices a
mí y a mi pobre marido que no oye y casi ni ve.
Eso es lo bueno que tiene Carcagente y cualquier otro pueblo de
España. Aquí en Madrid, no puedes entrar en una casa y decir: «Que me
quedo a cenar porque me ha gustado el portal», porque la señora llama a
la policía inmediatamente, porque la señora de Madrid no te da ni esto,
porque esa señora no quiere que un niño entre en su piso a no ser que
sea hijo del Rey de España o que haya salido haciendo algo en Lluvia de
estrellas.
También la Susana Bragas-Sucias se ha ido. Se la ha llevado su
abuela a una excursión de la Tercera Edad, porque su madre, que es de
la Segunda Edad, no la soporta todo un verano seguido. No me extraña:
yo, siendo de la Primera Edad como soy, la he soportado todo un curso y
estoy pagando unas terribles consecuencias psicológicas. La semana
pasada me llegó una postal suya en la que se veía una playa de Alicante.
La Susana me había escrito:
¡Hola! En esta playa me perdí ayer y los veinticinco
abuelos de la excursión salieron a buscarme. Yo encontré
sola el camino de vuelta, pero entonces se habían perdido
diez abuelos. Por la tarde aparecieron: rojos y sin comer.
Mi abuela dice que nos van a echar, así que a lo mejor te
veo pronto.
Susana BB-SS.
Paquito Medina se fue a pasar el verano a Vallecas, que tiene una
piscina municipal que te cagas, y allí viven sus abuelos que le hacen por
las tardes leche merengada. Los abuelos de Paquito Medina tienen una
casa que mola cincuenta kilotes de oro: abres la ventana y se ve el estadio
del Rayo Vallecano. Paquito Medina te lo cuenta cincuenta veces al día.
Yo cuando abro la ventana veo la cárcel de Carabanchel, así que yo me lo
callo cincuenta veces al día, porque la gente te mira mejor si vives al lado
de un estadio que de una cárcel.
La Luisa nos abandonó como todos los meses de julio y nos llama de
vez en cuando desde Villa Luisa para decimos que ella no pasa nada de
calor en la sierra y para preguntar si les hablamos de ella a sus plantas.
En el fondo, mi madre es muy buena persona: no sólo le riega las
plantas, también le abre de vez en cuando los cajones para ver si todas
las cosas de la Luisa siguen en su sitio.
Somos los únicos habitantes de un barrio que parece un planeta
abandonado, y eso a mi madre le pone muy nerviosa y estamos saliendo
a una media de cinco collejas al día y tres helados. Primero nos pega y
luego se arrepiente.
A lo mejor el mes que viene nos vamos a Mota del Cuervo con mi
abuelo, que tiene una casa con un corral para hacer caca y unas
bombillas en el techo. Iremos mi abuelo, yo y el Imbécil para que mi
madre descanse de nosotros y se vaya con el camión y con mi padre a un
hotel de Benicasim en el que te hacen el desayuno y la cama.
Hoy he recibido una postal de Yihad desde Miranda de Ebro, que es
un pueblo que tiene muchas postales, y dice:
Ola, Gafotas: No me acuerdo ni un día de ti. Como aquí no tengo
amigos, me pego con mi hermana, que lleva aparato en los dientes. ¿No
te aburres de pasar todo el verano en Carabanchel? Recibe una patada
cariñosa de tu amigo, Yihad.
Ya le he escrito la contestación. El año pasado no le contesté y lo
pagué muy caro. Esto es lo que le he puesto:
Hola, Yihad. Pues sí, me aburro bastante, pero tengo
una alegría muy grande, que tú no estás. Me gustaría
decirle al alcalde de Miranda que sería fantástico que se
quedaran contigo para siempre. Sé que es un sueño
imposible. No te molestes pero me duele que escribas Hola
sin H. Te lo digo por carta porque en persona me romperías
las gafas. Si me echas de menos tírale a tu hermana el
aparato de los dientes al suelo, así fe sentirás como en el
parque del Ahorcado cuando me tiras las gafas. Mi madre
se preguntaba por qué llevaba días sin romperme los
cristales. Le dije que estabas de vacaciones y se lo explicó
todo. No vuelvas, Gafotas.
Como verás, por carta soy un tío valiente como pocos, luego al
natural cambia la cosa.
El verano en Carabanchel (Alto) es como en todas partes del mundo:
hay piscina, hay helados, hay horas de siesta y hay horas de fresca. Mi
abuelo, yo y el Imbécil nos bajamos por la tarde al parque del Ahorcado,
nos compramos un supercucurucho y allí nos repantingamos hasta que
se hace de noche y mi abuelo dice:
—Tu madre no quiere darse cuenta pero hay momentos en los que
vivimos como millonarios.
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La Luisa tiene mucho morro
La Luisa se vino de su chalé de Miraflores de la Sierra sólo para
darnos una Comida de Reconciliación. La Comida de Reconciliación fue
en el restaurante chino que han puesto debajo de mi casa. Se llama
«Ching-Chong». Le pusieron así porque la cocinera es de Chinchón y
como el camarero es de China le añadieron las dos G del final y el guión
en el medio. La Luisa no hace más que decirle al camarero chino que se
case con la cocinera de Chinchón porque dice la Luisa que no es normal
que un hombre y una mujer sean socios sin estar casados. Mi abuelo,
cuando la Luisa se pone a decir estas cosas, le suelta: —Tú sí que no eres
normal. Luisa. En realidad, lo que le carcome la curiosidad a la Luisa es
ver cómo sería un niño, mitad chino, mitad de Chinchón. Lo digo porque
un domingo a la hora del vermú nos lo confesó (iba por el tercer vermú).
La Comida de Reconciliación fue un éxito porque las que tenían que
reconciliarse eran la Luisa y mi madre, y cuando llegamos a los postres
ya estaban brindando la una por la otra cada tres minutos. No es por
criticar, que a mí no me gusta, pero se bebieron tres botellas de vino,
ayudadas por mi padre, el abuelo y Bernabé, claro, que siempre ayudan
todo lo que pueden. Así que todo les hacía gracia y para mí que se reían
demasiado alto.
Los de la mesa de al lado estaban hasta las narices, y yo me estaba
sintiendo super-cortado. Tres veces le dije a mi madre que por favor que
se rieran más bajo y que dejaran de dar golpes en la mesa cada vez que
soltaban una carcajada, y a la tercera mi madre va y dice:
—Ay, hijo mío, déjame vivir en paz, déjame que me ría como me dé la
gana —y luego le dijo a la Luisa
:— Mira, me tiene frita últimamente, no hace más que llamarme la
atención, que si no te pongas esto, que si no hagas lo otro, qué control,
parece mi madre...
Así me pagan la preocupación que tengo por ellos. Yo creo que es de
ser un buen hijo no querer que tus padres haga el ridículo. Mi madre dice
que eso más que de ser un buen hijo es de ser un aguafiestas. Son dos
formas de verlo. Allá ellos.
Me puse a mirar a un Buda Feliz que tenían en el fondo de una
pecera. Pobrecillo, tan gordo y tan desnudo sin más compañía que los
peces. Es imposible que uno pueda ser un Buda Feliz en esas
condiciones. Pensé que la próxima vez que viniéramos a comer al Ching-
Chong le traería un muñeco que me regaló mi padre de un llavero de
Michelín para sentarlo a su lado. El Buda y Michelín, dos gordos
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