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GRAN BRETAÑA
EL DESGUASE
EL TRIUNFO
DE LA PALABRA
LOS RESTOS
DEL GUERRERO
MINISERIE GRÁFICA
Montevideo · Uruguay
Parte V · Abril 2004
GRAF SPEE
INFOGRAFÍA
Qué buscaban
los británicos
Después de la tormenta
V.
1 AL RESCATE DEL GRAF SPEE
H I S T O R I A · D O C U M E N T O S · H A L L A Z G O S · R E L A T O S
A L R E S C A T E D E L
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» Intro.~
La diáspora se inició el mismo 17 de diciembre. Mien-
tras el Graf Spee ardía en el Río de la Plata, los británicos
festejaban la primera victoria en su país. La tripulación
del Spee inició entonces un largo periplo que terminó
con la mayoría de ellos internados y algunos otros fuga-
dos, nuevamente a las órdenes de Hitler. Hubo quienes
se casaron y formaron familias lejos de su país, y otros
que quedaron lisiados o murieron a causa de las heridas
de la batalla. También estuvieron los que decidieron
morir a cualquier otra posibilidad, empezando por Hans
Langsdorff, su capitán. En 1939, la Segunda Guerra se
desató con furia por toda Europa. La odisea del acoraza-
do alemán terminaba, y el destino de sus tripulantes, in-
ternados en Uruguay y Argentina, llevó a que los mis-
mos se convirtieran en observadores y rehenes de la gue-
rra al mismo tiempo.
Esta es parte de su historia.
1939-1946.~ Buenos Aires,
Destinos
que se bifurcan
mulaban buscar abasteci-
mientos, comenzaron a api-
ñarse en las bodegas, pasa-
dizos y camarotes del
Tacoma .
A menos de una milla del
acorazado en llamas, dos remolcadores y
una chata de alije (el Coloso , el Gigante y
la Chiriguano ), arrendados en Buenos Ai-
res en una operación secreta, se unieron
al Tacoma . Inmediatamente, la orden de
embarcar en los remolcadores interrum-
pió el sopor y la tristeza en la que estaban
sumidos los marineros del Spee , que con
la rapidez de un grupo comando descen-
dieron por las escalas que se balanceaban
a ambos lados del Tacoma , ubicándose en
los rincones más alejados de los mismos.
En ese momento apareció un grupo de
remolcadores uruguayos encabezados por
el Enriqueta , que les ordenó a las embar-
caciones argentinas suspender la tarea
que estaban desarrollando y volver al puer-
to de Montevideo. Los remolcadores ar-
gentinos no obedecieron, iniciándose así
una persecución cuya veracidad fue cues-
tionada por las autoridades marítimas
uruguayas.
Al caer la noche del 17 de diciembre, el
Graf Spee era un espeso remolino de lla-
mas y humo negro. A pesar de la estricta
vigilancia de los británicos en Montevideo,
más de mil hombres habían logrado tras-
ladarse del Spee al Tacoma sin ser notados.
Desde el domingo a la mañana, los mari-
nos alemanes, en pequeños grupos que si-
2 AL RESCATE DEL GRAF SPEE
Montevideo y la guerra
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Rasenack cuenta cómo las tripulaciones
uruguayas trataron de aferrar a las naves
que se desplazaban a toda máquina con
cabos de abordaje mientras los marinos ale-
manes repelían sistemáticamente todos sus
intentos. Por su parte Robert Höpfner,
uno de los oficiales de navegación del Spee ,
que iba al mando del remolcador Gigante ,
ordenó apagar todas las luces de las em-
barcaciones y escapó con los motores al
límite de su velocidad máxima.
Los remolcadores uruguayos concentra-
ron sus esfuerzos en detener al Coloso , al
que embistieron en varias oportunidades
y finalmente lograron acorralar. A bordo
del Coloso iba el capitán Rudolph Hepe.
Langsdorff, que iba en una de las lanchas
que transportaban a las dotaciones de vo-
ladura, ordenó a su timonel que se aproxi-
mara al Enriqueta , y acompañado de
Ascher, embarcó en el Enriqueta para ha-
blar con su comandante, Alberto Jack.
En ese momento, la Zapicán , una corbeta
uruguaya al mando del capitán de fragata
Alberto Sghirla, se acercó para investigar.
Una vez a bordo, Sghirla y Langsdorff tu-
vieron una cordial conversación en la que
el alemán expuso que el gobierno urugua-
yo le había ordenado al Graf Spee abando-
nar el puerto de Montevideo, que él lo ha-
bía hecho y estaba intentando evacuar a su
tripulación hacia Buenos Aires. Langsdorff
invocó su legítimo derecho de actuar de
esa manera. Sghirla no podía objetar el des-
plazamiento de Langsdorff hacia Argenti-
na, por lo que finalmente autorizó a los
alemanes a continuar su traslado.
Todo este hecho fue narrado por Rasenack
en su diario, y también por Hepe, quien al
arribar al puerto de Buenos Aires le dió
una entrevista al diario La Nación, en la
que contó la misma historia con profu-
sión de detalles. Hepe cometió un notorio
error al asegurar en sus declaraciones que
el crucero Uruguay había intervenido en
estos hechos, cuando en realidad el men-
cionado buque se limitó a tareas de vigi-
lancia en la salida del estuario.
En el libro «Un episodio de la Segunda Gue-
rra Mundial», el general Alfredo R. Cam-
pos niega que haya existido interferencia
alguna a los tripulantes del Graf Spee que
iban en los remolcadores y la chata, excepto
por las inspecciones de rigor por parte de la
Zapicán , que efectivamente iba al mando
de Sghirla, y que según anota Campos, en el
desarrollo de las acciones tuvo un breve
contacto con Langsdorff.
La marina uruguaya volvió a puerto con el
Tacoma y su tripulación, amarrado por un
remolcador. Ningún marinero del Graf Spee
había quedado a bordo. Custodiado de lejos
por el crucero Uruguay , el Tacoma actuó
en este caso concreto como lo que de hecho
era, un buque de guerra auxiliar. Su tripu-
lación quedó en calidad de refugiada en Uru-
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Refugiados del Spee . Confraternizando con familias alemanas.
guay, del mismo modo que los tripulantes
del Graf Spee , que quedaron en condiciones
de hacer una vida normal, reportándose se-
manalmente en distintas dependencias del
Ministerio del Interior.
Los 93 marinos alemanes (sumando los del
Spee y el Tacoma ) pudieron disfrutar de su
calidad de refugiados hasta el 23 de enero de
1940, cuando el presidente Alfredo Baldomir
dispuso su internación en Isla de Flores. Dos
años después, Baldomir le «declaró la gue-
rra» al eje y dispuso la requisación del
Tacoma , por lo que los alemanes pasaron a
estar custodiados por personal del ejército
en un destacamento de Sarandí del Yi, en el
departamento de Durazno.
drían ingresar a suelo argentino en calidad
de refugiados de guerra, los tripulantes
comprendieron pronto que serían inter-
nados. El suicidio del capitán Langsdorff,
el 20 de diciembre de 1939 (ver recuadro)
fue un duro golpe a la moral de los 1.046
marinos que quedaron en suelo argenti-
no. Al procederse a la internación de los
oficiales y marineros (por decreto del 16 de
marzo de 1940), se comprobó que ya 60
hombres, entre oficiales y tripulantes, se
habían fugado del arsenal naval donde ha-
bían quedado internados provisoriamente.
La dotación restante internada a fines de
mayo de 1940 quedó distribuida de este
modo: Capital Federal (talleres de la arma-
da en Dársena Norte), 148 hombres; Pro-
vincia de Córdoba (en dos grupos: uno en
una casona en la ciudad del mismo nom-
bre y el otro en una casa del departamento
de Calamuchita), 252 hombres; Provincia
de San Juan (en una casona en el departa-
mento de Concepción), 50 hombres; Pro-
vincia de Mendoza (en una finca de Carro-
dilla, departamento de Godoy), 100 hom-
bres; Provincia de Santa Fe (en un regi-
miento de caballería de la misma ciudad y
en casas particulares), 200 hombres; Isla
Martín García (en el casino de oficiales de
la escuela naval de la isla y el resto en una
escuela primaria), 236 hombres. Total: 986
hombres.
Los primeros tres fugados fueron el capi-
tán de fragata Paul Ascher, el teniente de
navío Dietrich Bludau y el teniente de navío
Hans Dietrich, el 1° de abril de 1940.
Mientras tanto, en la madrugada del 7 de
abril de 1940, once oficiales más huyeron
de Dársena Norte. Entre ellos Wattemberg,
Klepp, Rasenack y Mumm.
Recién llegados a Montevideo, los integran-
tes del Tacoma y el Spee contaron con po-
sibilidades de moverse libremente dentro
de la ciudad. En el breve tiempo que estu-
ENE . / ABR . 1940. ~
INTERNACIONES
Y PRIMERAS FUGAS
El arribo a Buenos Aires estuvo plagado
de contrariedades. Confiados en que po-
4 AL RESCATE DEL GRAF SPEE
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[...]
Tampoco podré tomar parte activa
en el conflicto actual de mi patria.
Ahora solo puedo probar, con mi
muerte, que los soldados del Ter-
cer Reich, encuéntranse prontos a
morir por el honor de su bandera
[...]
pulación bajo mis órdenes. Luego de la deci-
sión tomada por el gobierno argentino en el
día de hoy, no puedo hacer nada más por la
tripulación de mi barco (…)»
Con mucho cuidado, tomó la bandera de
combate que estaba plegada y la extendió
en el piso. La bandera de la Kriegsmarine
cubrió casi todo el espacio entre la cama y
los aparadores colocados en la pared con-
traria. Regresó junto a la mesa de luz y tomó
la pistola Mauser-Wercke que el comandante
Ascher le había prestado bajo el pretexto de
la autodefensa. La pistola estaba cargada y
lista para disparar. Langsdorff avanzó en-
tonces hacia el centro de la bandera de com-
bate. Nadie escuchó el resonar del disparo
en la madrugada.
EL SUICIDIO DE LANGSDORFF
Honor y sangre
«Tampoco podré tomar parte activa en el
conflicto actual de mi patria. Ahora solo
puedo probar, con mi muerte, que los sol-
dados del Tercer Reich, encuéntranse pron-
tos a morir por el honor de su bandera (…)
Iré al encuentro de mi destino con inque-
brantable fe por la causa y el futuro de la
patria de mi Führer (…)»
El capitán Hans Langsdorff se
imaginó un masivo recibimiento
en Buenos Aires, presumiendo
que la inclinación germanófila de
los argentinos los volcaría al puer-
to en apoteósica procesión. Nada
de esto encontró. Tan sólo perió-
dicos porteños con noticias sen-
sacionalistas, que lo atacaban y
trataban de cobarde, cuestionán-
dole el hecho de no haberse hun-
dido con su nave.
La noche del 18 al 19 de diciem-
bre, Langsdorff la pasó con sus
hombres. Se lo veía agotado, de-
macrado, deprimido. Por la tarde
reunió a sus hombres. Como no
había altoparlantes ni demasiado
espacio físico los arengó en cua-
tro grupos. En su alocución elo-
gió el tesón y la valentía con que
todos los tripulantes actuaron en
el combate. Como despedida les
insinuó que el triste deber de ha-
ber tributado el último homenaje a
sus camaradas muertos, proba-
blemente deberían reiterarlo en un
futuro no muy lejano. Quienes
más lo conocían, se estremecie-
ron sospechando sus palabras
veladas.
bolsillo Graf Spee, para evitar que
cayera en manos enemigas. Es-
toy seguro de que, consideran-
do las circunstancias, esta era la
única solución a adoptar, luego
de haber conducido a mi barco a
la trampa de Montevideo (…)»
bía resuelto el problema de ma-
nera honorable, lo extraño fue que
–según informaba la prensa y los
comunicados oficiales- Hitler
asumió la responsabilidad por la
destrucción del buque, cuando
las tradiciones de la armada le
concedían al comandante el
control de las acciones de su
barco y su tripulación en el fren-
te de batalla.
En la mañana del 20 de diciembre, la plana
mayor del Graf Spee se encontraba congre-
gada para una reunión previa al desayuno.
Como pasaba el tiempo y su comandante
no aparecía, el teniente Dietrich –que asu-
mió como ayudante de Langsdorff al que-
dar Diggins en Montevideo- se dirigió a la
habitación del capitán, y al tercer llamado,
abrió la puerta para encontrarse con Langs-
dorff tendido sobre la bandera. En ese ins-
tante recordó las palabras con que el capi-
tán había finalizado su alocución la noche
anterior: «Esta noche no tengo novedades
para ustedes, pero quizás mañana haya una
muy importante».
En las primeras horas del miérco-
les 20 de diciembre, en el arsenal
naval de Buenos Aires, el capitán
Langsdorff se preparó para po-
ner fin a su vida. Redactó tres
cartas, una para su esposa, otra
para sus padres, y la tercera, que
reproducimos parcialmente, diri-
gida a las autoridades alemanas.
«Era evidente que esta decisión
mía podría ser mal interpretada,
ya fuera intencional o inconscien-
temente, por personas ajenas a
mis motivos, y atribuirla en par-
te o por completo a motivos per-
sonales, por lo tanto, decidí, des-
de un principio, sufrir las conse-
cuencias que esta decisión lleva-
ra implicada, puesto que el Ca-
pitán, con sentido del honor, no
puede separar su propio desti-
no al de su barco (…)»
«Antes de exponer a mi barco al
peligro de caer en parte o com-
pletamente en manos del ene-
migo, he decidido no luchar sino
destruir el armamento y hundir
el barco (…)»
«Escribo esta carta a Vuestra Excelencia en la
quietud de la noche, luego de reflexionar con
calma, a fin de que pueda informar a mis
oficiales superiores y contradecir cualquier
rumor público, si así fuere necesario.»
[firma] Hans Langsdorff
Oficial Comandante del acorazado de bolsillo
Admiral Graf Spee. Q
Ansiosa de información, la fami-
lia de Hans Langsdorff , en Ale-
mania, escuchaba las noticias
por radio y leía y releía el periódi-
co Düsseldorfer Nachrichten ,
que el 18 de diciembre mostra-
ba una fotografía del capitán del
Graf Spee . Escrito arriba de la
foto, un titular alarmante: «El
Admiral Graf Spee fue autodes-
truido en el estuario del Río de la
Plata». Todos en la familia
Langsdorff creían que Hans ha-
Langsdorff se levantó, cerró la ven-
tana sobre el escritorio y corrió la
cortina. Sacudió el polvillo de su
uniforme de sarga azul y después
acomodó su corbata. Satisfecho
con su aspecto, atravesó lenta-
mente la habitación hacia la mesa
de luz junto a su cama.
«Al embajador, Buenos Aires. 19
de diciembre, 1939.
Excelencia:
Luego de una larga lucha
interior, llegué a la grave decisión
de echar a pique al acorazado de
5 AL RESCATE DEL GRAF SPEE
«Postergué mi decisión lo más
que pude mientras me sentí res-
ponsable por el bienestar de la tri-
Arcón de madera labrada. Hecho durante la internación en
Martín García, el arcón fue entregado a la viuda de Langsdorff
en 1954 cuando visitó Argentina invitada por la Sociedad del
Graf Spee . En su interior habían colocado medallas, la gorra y la
espada de Langsdorff.
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Zgłoś jeśli naruszono regulamin